Pierre Auguste Renoir (Limoges, 1841- Cagnes-sur-Mer, 1919) es el pintor más popular entre los impresionistas, el movimiento más conocido de la historia del arte. Sin embargo, más allá de media docena de obras míticas, es también el más desconocido, además del más criticado e incomprendido por sectores intelectuales que quizá confunden el gozo que desprenden sus cuadros con la facilidad y la simpleza. Pero la obra del artista francés va mucho más allá de sus desnudos o sus escenas campestres y festivas, tal como se puede ver en la gran retrospectiva de 76 obras titulada Intimidad que hasta el 22 de enero se puede ver en el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid). La exposición, patrocinada por Japan Tobacco International (JTI) y con préstamos de varios países, estará en el Bellas Artes de Bilbao el 7 de febrero.
Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la exposiciónrecuerda que el Thyssen ha dedicado ya exposiciones monográficas a casi todas las figuras esenciales del impresionismo. “En apariencia, Renoir es el más fácil de todos ellos, pero en realidad es el más difícil y complejo. Creo que por eso lo hemos ido dejando para el final. Se escapa a todo patrón y es anticonceptual. Los intelectuales le han despreciado, pero ese desprecio era mutuo. Renoir, un hombre muy directo, opinaba públicamente que los intelectuales eran unos tarados incapacitados para el disfrute de los sentidos”.
Y de disfrute, gozo y alegría de pintar trata la exposición, la primera antológica que se le dedica en España, según asegura Guillermo Solana. También se puede ver estos días al maestro francés en la Fundación Mapfre de Barcelona, centrada en los retratos de mujeres, escogidos de la colección del Museo d’Orsay.
Sobre el título, Intimidad, el comisario precisa que Renoir quería que su pintura fuera contemplada con los cinco sentidos. Citando a su hijo, el cineasta Jean Renoir, Solana cuenta que el artista entraba en sintonía con todo lo que pintaba. Se adentraba en la escena del cuadro y quería que el espectador participara de la acción disfrutando al máximo de lo que acontece en cada cuadro. “Una alegría de vivir”, dice Guillermo Solana, “muy meritoria. Por un lado, Renoir, a diferencia de sus compañeros impresionistas, venía de una familia muy humilde. Y muy pronto empezó a padecer una artritis reumática que convirtió su vida en un dolor permanente”.
Iconos, familia, desnudos
La exposición arranca con dos salas dedicadas al impresionismo donde se muestran algunas de sus obras más icónicas, firmadas entre 1869 y 1880: Después del almuerzo (1879), un estudio del natural de Le Moulin de la Galette(1875-1876), Almuerzo en el restaurant Fournaise (El almuerzo de los remeros, 1869), Baños en el Sena (La Grenouillère, 1869) y una serie de retratos femeninos entre los que se encuentra el de la mujer de Monet (1872-1874).
A partir de 1877, Renoir se distancia de los impresionistas, cree que su fama de radicales le perjudica y él quiere vivir de su oficio. Comienza una etapa de éxito comercial y social durante la que pinta numerosos retratos de encargo protagonizados por señoras y por niños. Aquí destaca la serie dedicada a la familia de su galerista, Durand-Ruel. Una parte importante del recorrido está dedicada a los paisajes, un género que le servía de distracción personal. Son cuadros de pequeño formato con vistas de Normandía, Italia, Provenza o la Costa Azul.
Las numerosas escenas familiares protagonizadas por sus tres hijos y su esposa dan pie a la última sala en la que se llega a la apoteosis del desnudo a través de bañistas. Son mujeres de cuerpos monumentales y desproporcionados, a la manera de Miguel Ángel, Tiziano y Rubens. Estos desnudos fueron admirados por muchos maestros posteriores como Bonnard, Matisse, Modigliani y Picasso.